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DICIEMBRE 1976 - Volumen: 51 - Páginas: 69-77
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Al ser -con el cambio y conflicto- la revolución una constante histórica, las teorías han sido tantas como las posibilidades de estudio. La particular oscuridad del fenómeno revolucionario se presta especialmente a que se multipliquen los enfoques. Toda una extensa corriente de pensamiento coincide en que la revolución se produce cuando el conflicto social entre las nuevas normas y valores emergidos y el orden legal existente alcanza un determinado punto critico. El choque, de corrientes de fuerzas que originan el torbellino del conflicto, se alimenta de numerosísimos aportes. La cuestión se centra en establecer cuáles son las raíces fundamentales que ponen en marcha el proceso revolucionario. La tendencia moderna, desde Marx, ha sido enfatizar lo económico, hasta llegar a ver en el proceso económico el factor prácticamente único. No es cosa de extrañar si se considera que la civilización actual se alimenta del progreso como elemento motriz, siendo así que progreso y nivel económico marchan correlativamente (23). No han sido pocos los intentos de explicación fundamentados en las teorías freudianas. Así, Gustave Le Bon escribe que la masa es como la horda primitiva que quiere destruir al padre. K. Mannheim se manifiesta también en un sentido freudiano (24). No es lugar aquí de recorrer la interminable lista de autores que aportan elementos muy estimables para el estudio y comprensión de un fenómeno tan complejo. Una cuestión parece estar fuera de duda: cuando la situación pre-revolucionaria llega al punto crítico, es señal de que las instituciones vigentes no responden. Y que, en esa línea de ver, el entramado tan complicado en nuestros días, de la civilización técnica es, de suyo, un factor revolucionario por encima de las ideologías que lo sustenten. La civilización urbana hace al hombre extraño a su medio natural y proclive a la inadaptación. Al margen de las circunstancias concretas de cada lugar, las guerrillas urbanas son un claro exponente de la rebelión del hombre contra su ciudad. Esas ciudades tan feas de que nos habla Philip Johnson (25) no son precisamente un medio para favorecer la serena contemplación estética que otrora tranquilizara los ánimos.
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