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18 sep 2017
Noticias
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La creciente irrupción de vehículos robotizados sin conductor, aún en fase de pruebas, está generando ya discusiones sobre algunos aspectos éticos.
Lo que se considera una de sus principales ventajas, la reducción de accidentes al desaparecer prácticamente la posibilidad del fallo humano, implica sin embargo, preguntas de gran transcendencia. Dado que “cero accidentes” es en la práctica inalcanzable, cuando los robots no puedan evitar el accidente y deban emprender acciones orientadas a minimizar los daños en personas, ¿deben proteger a sus pasajeros a toda costa? ¿o deberían ser programados para sacrificar a sus pasajeros, si eso significa proteger a otros?
Una encuesta hecha a 451 personas con estas preguntas recoge, lógicamente, respuestas positivas a ambas cuestiones. Los científicos preguntaron si –en el caso de un accidente inevitable– era más apropiado sacrificar pasajeros o transeúntes, un dilema conocido en ética como el problema de los trolleys. Cuando la proporción es de uno a uno, un pasajero o un peatón, cerca del 75% de los encuestados dijo que el pasajero debería ser salvado en primer lugar. Pero a medida que aumenta el número de peatones, empezaron a cambiar de opinión: con cinco peatones y un pasajero, solo un 50% dijo que el pasajero debía ser salvado con prioridad. Y para 100 peatones, la proporción bajó a un 20%.
Pero tenemos el otro lado del problema. En una segunda encuesta, que preguntó a 259 personas si los fabricantes de automóviles deberían programar vehículos para preservar el “mayor número posible de vidas”, postura conocida como enfoque utilitario, sobre una escala de 100 puntos, los encuestados dieron un promedio de aprobación de 70 puntos en línea con las respuestas anteriores. Pero cuando se les preguntó si comprarían coches programados para sacrificar a los conductores, se mostraron mucho menos interesados, con un índice de aprobación de 30. Esto plantea un reto para los responsables políticos y para empresas como Google y BMW, que apoyan la adopción generalizada de los automóviles autopropulsados como una forma de reducir la contaminación y salvar vidas.
Aunque algunos defienden que las carreteras serían mucho más seguras gestionadas por los coches autónomos, la propia programación de estos robots pensada para garantizar esta seguridad a riesgo de sacrificar al conductor o a los ocupantes, podría limitar en gran medida sus ventas.
Finalmente, no se puede cargar toda la responsabilidad sobre el propio programador. ¿Quién debe ser el responsable de programar esta toma de decisiones? ¿El fabricante con sus criterios y ética de empresa? ¿La administración mediante regulaciones? En los vehículos tradicionales, el conductor toma por sí mismo la decisión en fracciones de segundo. Ante la inevitabilidad de un accidente, la decisión en general es más intuitiva que razonada, lo que hace que, en la inmensa mayoría de los casos, esté más dirigida por el propio instinto de supervivencia que por ningún otro razonamiento. “Programar” esas decisiones de un modo ético y racional es realmente muy difícil puesto que las situaciones se presentarán con una gran complejidad y múltiples alternativas. Supongamos que nuestro coche circula por el carril central de una autovía con tres calles y gran densidad de tráfico. Un vehículo pesado delante de nosotros pierde parte de su carga, para evitar el choque hay que desviar el vehículo: a la derecha hay un motorista que nos deja más espacio, pero es mucho más frágil frente a nuestro coche; y a la izquierda tenemos un SUV, el choque con él será mucho más violento con posibilidad de rebotes y choques en cadena, ¿Cuál es la solución más ética? ¿Cuál ofrece más probabilidades de causar el menor daño a personas? o ¿Debería el robot buscar el choque frontal con el mayor riesgo para el conductor y ocupantes?
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Implicaciones éticas de los vehículos sin conductor
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